El señor que arrastraba las nubes con un cordel decía que la lluvia no le pesaba mucho.
Al principio sentía un poco de decaimiento entre tanto gris, frío entre las sombras y hasta un poco de dolor en los huesos debido a la humedad. Sin embargo, con el paso de los años, no sólo se había acostumbrado a las pequeñas molestias que ocasionaba su trabajo sinó que además le reconfortaba saber que, cada vez que tiraba de la cuerda para desplazar aquellos algodones de agua a otro lugar, los habitantes que quedaban bajo el sol eran profundamente felices. Para ello ignoraba, a sabiendas, que encapotaba de tristeza otro lugar.
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