sábado, 31 de diciembre de 2011

La historia de Juan tortuga

Ilustrador: Fabo 
Juan tortuga estaba muy deprimido. Nada raro teniendo en cuenta que sólo podía ver las cosas terminar. 
Caminaba tan lento que siempre, sin excepción,  estaba al final de todo. 
Nadie puede negar que cualquier final suele dejar si no tristeza, añoranza. 
Así que, con mucho esfuerzo arrastraba su caparazón, desganado, y se metía dentro en los momentos difíciles para intentar no sufrir más. 

Un día, en la oscuridad de carcasa, tuvo una iluminación: si corría más quizás lograría estar delante y ver aunque fuera sólo una vez  el principio. Sería feliz un instante viendo algo comenzar. 
Así que, sin pensarlo dos veces, se desprendió de su concha, que pesaba demasiado,  y se puso a correr velozmente. 
Corrió, corrió, corrió  sin detenerse. Corrió tanto que, cuando se dio cuenta, había pasado de largo el principio encontrando otro final.
¡¡Cómo lloraba Juan tortuga!!. Estaba desconsolado. No tenía donde esconderse. Estuvo horas tumbado sobre el suelo sin parar de lamentarse hasta que rendido entró en un profundo sueño. 
Mientras dormía por agotamiento, Juan tortuga, tuvo otra iluminación: no importaba si corría o si iba despacio porque lo que es principio para unos para otros es el final. Si miraba a través de su visión empañada por lágrimas nunca vería ni una sola cosa clara. 


Al despertar Juan tortuga sonrió viendo un sol que le parecía mucho más brillante que otras veces. Desde aquel día, Juan tortuga  sólo usa su caparazón para dormir. 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Rizo




Rizo, el  pez-toalla estaba siempre seco por más que nadaba.

Era la envidia de los demás peces del mar que se sentían condenados a sufrir el frío del agua en sus escamas sin cesar. 
Por eso, cada  noche,  mientras dormía,  se acercaban para tirar de los hilos de su piel de albornoz con la intención de dejarle al aire la raspa. 
Lo que no podían imaginarse es que, aunque a Rizo le encantaba su envoltorio mullido, hubiera preferido  ser como ellos para  saber qué era la humedad. 
Así que, cuando por fin consiguieron desenvolverlo, Rizo fue tan feliz que paseó su esqueleto acuático con más ritmo que nunca por todo el océano. 
Quién hubiera imaginado que, entonces,  los demás empezarían a envidiar sus espinas. 

martes, 20 de diciembre de 2011

Vida Vegetal




Camino hasta la fotocopiadora para recoger un documento que acabo de imprimir. Es un viaje corto y monótono a través de un paisaje de ordenadores que llega hasta el horizonte. Las llamadas de teléfono son como niños traviesos que rompen el silencio sin mala intención. Hoy algo llama mi atención, ¿cuánto tiempo lleva ahí esa linea de mesas sólo ocupada por plantas? Vida estática, raíces que atan al micromundo de maceta donde la lluvia es tan artificial como la nube-regadera que les da de beber.

Por un instante me pregunto si serán empleados que se transformaron sin que nadie los echara en falta.

Sonrío discretamente al tener ese pensamiento mientras vuelvo hacia mi mesa con una impresión de color en la mano y otra gris en el corazón.

Sentada de nuevo frente a la pantalla siento que a mis dedos les cuesta más trabajo que ayer teclear. Miro mis manos: mañana sin falta debería cortarme un poco estos tallos.







lunes, 19 de diciembre de 2011

La guerra

Fuente Internet. Autor: Vladislav
Los colores se han pintado unos a otros. Ocurre muchas veces cuando están apretujados dentro del estuche. El rojo raya al amarillo, el  marrón al verde. El más fuerte sobre el más claro. Todos contra el blanco que se vuelve multicolor. El resultado final de la mezcla en la batalla siempre negro.  
Por eso yo siempre los dejo fuera. No es desorden, es libertad. Pero mi madre no piensa lo mismo. 

jueves, 15 de diciembre de 2011

Planeta Agua

Foto: David Clemente
Desde que vi en la televisión el anuncio de la  del Planeta Agua deseaba tener unas branquias no iguales sinó mejores que las de sus habitantes. Quería ir a  nadar en sus aguas cristalinas para siempre. Vivir aquella sencillez de deslizarse sin prisas en el silencio que trae el agua cuando te cubre. 

Por su puesto, antes había trabajo que hacer. No podía sumergirme en sus profundidades con mis pulmones negros de nicotina y mi  nariz aguileña. Necesitaba un equipo con el que respirar en condiciones. Así que recorrí todas cientos de  consultas de cirujanos hasta que por fin encontré  la del Dr. Plastiquez, el mejor.  
Es un hombre atemporal, con grapas transparentes en los extremos de los ojos y una frente abrillantada con algún producto que sólo él debe conocer. Dientes blancos. De un blanco que no creo que reconociera ni un esquimal. Su propia fórmula blanqueadora. Podría describir infinitas artificialidades de ese gran hombre, pero no es lo que quiero contar ahora. Quiero que entendais por qué no me fui. 

Acudí a su consulta en busca de las branquias. Me taponó las fosas nasales e incrustó dos agujerillos que abanicaban mi interior. Los colocó justo al lado de las orejas. Decía que con tal pabellón al lado, podría respirar sin que se notara, y así fue, imperceptible. Mis pulmones se fueron atrofiando quedando como globos deshinchados. Me dejó genial. 

Podría haber viajado al planeta agua con aquel apaño. Sin embargo, pensé que ya que iba a nadar tanto,  mejor hacerlo con unas aletas en vez de dar zancadas torpes con los pies. El Doctor, como hombre sensato que es,  me dio la razón. Estaba encantado con mi decisión. Tanto que me ofreció ponerme mil escamas gratis si me escogía las aletas metalizadas. Eran un poco más caras, pero de mayor calidad. Ante tal ofrecimiento no puede negarme, las aletas metalizadas están a la última en todo lugar acuático. Le pedí que, en vez de mil escamas, incluyera algunas más hasta que no se me viera nada de piel. Por supuesto le pagué la diferencia.  Quedé perfecta. Bueno,  casi.  Quienes vivían en el planeta agua, no necesitaban pies así que, después de consultarlo con la almohada volví a la consulta para que me los serrara. Ya de paso, también las manos, iba a estar más cómoda sin esos apéndices y había un dos por uno en amputación de miembros. Salí con mi silla de ruedas, lista para nadar en cualquier momento. estupenda. Nada más abrir la puerta percibí como la gente me miraba sorprendida. Es lo que tiene ser exótica, supongo. Me envidian. Les gustaría ser como yo soy. Pero  no todo el mundo puede hacer tal inversión. 
Con este pensamiento y una sonrisa  perenne, gracias a las gomas que Plastiquez había insertado para estirar mis labios,  fui hacia casa. 
En cuanto llegué encendí el ordenador a toda prisa para buscar el billete de avión.  No podía demorarme más. Tecleé en el buscador: "Vuelos de planeta tierra a planeta agua". La máquina me respondió como siempre:  "Espere unos segundos". La barra del navegador me parecía mucho más lenta que de costumbre. Me moría de ganas de tener el pasaje al planeta de mis sueños. F5. Vuelta a cargar. "Espere unos segundos", repitió. Así que esperé....unos segundos. Mis branquias eran un poco más perceptibles con mi respiración agitada por la impaciencia, pero no perdían perfección. De repente, una ventana flotante con la leyenda "Aviso importante"
Aleteé con un poco de nerviosismo. La silla de ruedas se desplazó un poco hacia atrás con el pequeño impulso. 
"Una pandemia en las nubes  ha secado el Planeta Agua. Se cancelan todos los vuelos de entrada y se procede al desalojamiento de todos los habitantes de manera perpetua"


¡¡Me entraron tantísimas ganas de llorar!!. Pero soy tan afortunada que el Doctor había acertado una vez más haciendo algo de lo que no me había percatado hasta ese mismo momento: Quitarme los lagrimales para que no se me irritaran al bucear.


Apagué el ordenador con dificultad porque la aleta resbalaba mucho sobre el botón.  Estaba muy contenta. 
 Quién quiere ir al planeta agua si puede quedarse en el planeta tierra sin derramar una lágrima por nada.









lunes, 12 de diciembre de 2011

Prohibido asomarse

Ilustración: Patrícia Aller
 Mis ojos, convertidos en mirilla de mi cuerpo, se divierten mostrándome como real su última  distorsión del universo. 
-Ahí está, vívelo, cuéntalo,  es todo para ti- afirman. 

Sin embargo, nada está a mi alcance. La puerta  permanece cerrada aunque yo me empeño en creer que alguien la dejó abierta para mí. 
Trato de atisbar un pedazo de la inmensidad, adicta de curiosidad.  Siento cosquilleo en las puntas de los pies cuando me asomo al exterior sedienta de espionaje. Mi sangre corre rápido de emoción, adoro el vértigo. 

Deformada, la realidad se presenta perfecta. La admiro, en silencio. Esnifo lo no experienciado por mí misma. Solamente necesito unos minutos para estar totalmente ebria de fragmentos de conversación, de pedazos de acción, de retales de vida. Sobredosis de otros. 

Intento atrapar ese placer en mitad de su revoloteo, pero se deshace justo cuando voy a rozarlo. Interpreto su tacto, su sabor, su sonido, su forma mientras se desvanece. Se diluye como mentira que es. Me encanta la fórmula magistral que genera la química de mi imaginación: medicina o veneno según la cantidad y el momento. 

Esculpo en palabras todo lo que se me aparece para alguien que, como yo, libere su curiosidad para encontrar una realidad inventada, por mí. Quizás ese alguien seas tú. Tal vez creas  que lees palabras de verdad, pero no lo son.  Se desintegran mientras las lees. ¿No lo notas? Se dispersan por tu mente transformándose en otra cosa. ¿En qué? Lo ignoro, pero depende de algo único: la lente que construye tu universo mirilla.


Ven, asómate, está prohibido. 
                                                                       



jueves, 8 de diciembre de 2011

¿Quién es Anele Anhela?


Desconozco quién  escribe marañas de pensamientos  con un lápiz de ideas en mi cabeza. No sé cómo es. No sé qué hace. Sólo sé que traza letras que se cruzan una sobre otra, que teje una telaraña de frases donde es fácil perderse.
Se entretiene intentando confundirme. Su preciado pasatiempo es impedir que encuentre el camino y,  cada vez que me pierdo en su relato, su risa retumba dentro de mí. Se divierte.
Es en ese justo momento en el que celebra la victoria por mi confusión,  cuando cojo la libreta con fuerza, me detengo a mirar sus redes y ordeno cada hilo a mi antojo. Algunas personas leen lo que coso. De esos, unos piensan que es una bazofia, otros que es brillante,  pero de lo que todos están convencidos es de que la autora soy yo.
Quién ríe el último ríe mejor.